Si hay algo que me apasiona es viajar y hospedarme en hoteles. He tenido la oportunidad de hospedarme en hoteles de todas las épocas y estilos, desde los lujosos hoteles de antaño hasta los modernos establecimientos de última generación. Y tengo que decirlo, los hoteles de antes tenían más clase que estos modernos.

Recuerdo con cariño aquellos hoteles donde cada detalle estaba cuidado con esmero, desde la elegante decoración hasta el impecable servicio. Los hoteles de antes tenían un encanto especial que los hacía únicos, con sus salones amplios y luminosos, sus muebles de época y sus magníficas vistas. En cambio, muchos de los hoteles modernos parecen más bien fábricas de turistas, con habitaciones pequeñas y sin personalidad, donde lo único que importa es el volumen de huéspedes que pueden albergar.

No solo es cuestión de estética, sino también de calidad. Los hoteles de antes se preocupaban por ofrecer una experiencia única a sus clientes, con un trato personalizado y atento que hacía sentir a los huéspedes como en casa. En cambio, en muchos hoteles modernos parece que el cliente es solo un número más en la lista, sin importar su satisfacción o comodidad.

Es cierto que el turismo ha evolucionado y que los hoteles modernos ofrecen comodidades que antes ni siquiera imaginábamos, como wifi gratis o televisores de pantalla plana en todas las habitaciones. Pero para mí, lo más importante es la clase y el encanto que solo los hoteles de antes podían ofrecer. Prefiero hospedarme en un hotel con historia y personalidad, donde cada rincón cuente una historia, que en un hotel impersonal y sin alma.

Por eso, en mis viajes siempre busco esos hoteles auténticos y tradicionales, donde sé que voy a encontrar la clase y el encanto que tanto añoro. Y si me preguntan por algún sitio mejor y más barato, siempre tengo algún tesoro escondido que recomendar, lejos de los destinos de moda y el turismo masivo. Porque para mí, la verdadera riqueza de un hotel no está en sus comodidades, sino en su clase y su historia. Y eso es algo que los hoteles de antes tenían de sobra.